No recuerdo la razón por la cual Mariano y yo íbamos solos ni porque fuimos por esa zona. Era en Junio, ya a finales del curso, justo después de los exámenes finales. Teníamos que estar en forma para el verano en que queríamos ascender algunos picos de los Pirineos y necesitábamos entreno. Aprovechamos la ocasión para acercarnos a unas simas no muy peligrosas que ya conocíamos aunque nunca las habíamos explorado muy a fondo. Como habíamos previsto la visita tanto Mariano como yo llevábamos una linterna de pilas adecuada para la ocasión.
Entramos en una de ellas con precaución, no éramos expertos y sabíamos que corríamos riesgos, aunque puede que no fuéramos muy conscientes de todos los riesgos que corríamos sabíamos que debíamos actuar con prudencia puesto la oscuridad es muy traidora y, además, éramos concientes de que tanto murciélagos como otras alimañas aprovechan esos espacios para hacer sus madrigueras. Enseguida llegamos una la sala grande, puede que la más importante de esa cueva.
En uno de los lados había un pequeño agujero, por el que escasamente entraba una persona, que daba a otra sala también bastante amplia. La oscuridad era total. Pensamos que lo más prudente era que entrara uno a inspeccionar, ese fue Mariano, mientras el otro, yo, esperaba fuera junto al agujero de entrada. Seguimos charlando, yo le preguntaba que qué había allí dentro y él me iba contando lo que veía. Recuerdo que yo insistía en entrar y él me decía que me esperara. Así que ya aburrido empecé a inspeccionar con la linterna las paredes más cercanas.
De golpe oigo a Mariano dar un fuerte grito muy asustado: "¡MAMÁ!" al tiempo que salía por el agujero como un rayo. No sé cómo se lo montó para salir tan deprisa sin hacerse daño. La maniobra de entrada había durado algunos minutos porque el paso era muy pequeño y se pasaba con cierta dificultad. Estaba muy asustado, con la respiración alterada y los ojos desorbitados. Se quedo allí, sentado a mi lado. Cuando consiguió calmarse me explicó que había visto algo que se movía. Estuvimos mirando para tratar de averiguar qué había allí dentro. Como el agujero era pequeño sólo uno de nosotros podía mirar. Inspeccioné yo primero la sala con atención y no vi nada, luego lo hizo Mariano que, como no daba crédito a mis palabras, hizo una inspección tras otra.
La espera volvía a aburrirme así que seguí con mis inspecciones de la pared. No sé porque Mariano cerró la linterna y enseguida me dijo "¡Hostia! ¡Cabrón! ¡Has sido tú!". "¿Qué quieres decir?" pregunté. En la pared que yo iluminaba había unas grietas que dejaban pasar la luz de mi linterna a la sala donde él había entrado y esa luz en movimiento le habían dado esa sensación de que había algo o alguien que se movía. En el primer momento se enfadó mucho conmigo por haberlo asustado de esa manera. "Te podías de haber quedado quieto en lugar de hacer tonterías con la linternita" me dijo. Yo satiricé en mi defensa sobre lo sorprendente de su grito pidiendo protección a su madre como si fuera un niño pequeño. Él alegó que no era consciente de lo que había hecho, porque el miedo que había pasado había sido bestial, un susto morrocotudo.
Cuando todo volvió a su cauce normal me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Incluso me amenazó si lo hacía. En el fondo, después del susto, su auténtico miedo era a que alguien supiera como había reaccionado. Éramos muy jóvenes, él tenía 15 años, estaba a punto de cumplir los 16. El "qué dirán" aún pesaba mucho. Y la verdad es que es primera vez que lo cuento.
Un abrazo.
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